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Ni mejores, ni peores. ¡Diferentes!

Octubre 30, 2023

Bienvenidos o bienvenidos de vuelta. En el primer episodio del podcast, saliendo mucho de mi zona de comodidad, mencioné por qué había estudiado patología: cómo fue que terminé en esto que me encanta. Hablé de la doctora Sardi que es a quien le debo haber escogido esto, y de ahí no hablé de nadie más. Ciertamente tuve maravillosos maestros como los doctores Saiz, Dorado, Espino y Arias, y las doctoras Roy, Garay y Cortés a quienes les debo mucho. Jamás podré pagarles todo. Sin embargo, con quien tuve una conexión especial y de quien hablaré hoy será de Rufino Ermocilla: el "Rufo", como lo conocían sus amigos.

Verán, cuando empecé mi residencia la verdad aún era un poco inmaduro y empecé con el pie izquierdo. Creo que ese podría ser el título de mi autobiografía: "un poco inmaduro y con el pie izquierdo, la historia de Rolando Alvarado". Creo que jamás seré del todo maduro, si debo ser del honesto. El doctor Ermocilla me enseñó muchas de las cosas que aún hoy en día practico . "Mijo, este es un negocio sucio. Hasta el aseador allá afuera lo sabe. Su área de trabajo no debe estar sucia. Usted debe ser compulsivo con la limpieza", me dijo la primera vez que trabajamos juntos. En ese momento no lo entendí, pero me estaba impartiendo la importancia de evitar la transferencia, que es cuando fragmentos de tejido de un caso se pegan a fragmentos de tejido de otro caso, creando monumentales confusiones y errores.

Luego él pidió traslado a otra provincia para estar cerca de sus nietos y lo volví a ver cuando tuvo un infarto y lo visité en intensivo. Siempre con su característico relajo e irreverencia. Cuando me mudé a Chiriquí, nos volvimos a encontrar, porque él había decidido retirarse en esta misma provincia para estar junto a sus hijas y nietos. Curiosamente, para ese tiempo, yo impartía clases en la Sede de la Universidad Latina aquí, mi alma mater, y lo invité a acompañarnos. De ahí iniciamos una amistad más como compinches que maestro-pupilo. Supongo que al ser ambos irreverentes y rebeldes, habría sido obvio que fuesemos amigos.

La verdad compartimos mucho y me alegra haberlo hecho. Descubrimos que ambos fuimos demócratas-cristianos, que habíamos nadado en la misma piscina: la Adán Gordón, y que asistimos al Colegio Javier, mi otra alma mater. El doctor Ermocilla asumió mi curso cuando tuve un accidente de tránsito algo serio, y yo asumí el curso de vuelta cuando él se retiró del todo. A los pocos años falleció por COVID y, entre todas las personas del mundo a quienes sus hijas pudieron darle sus cosas, fui yo honrado con sus libros y microscopio, que aquí me acompañan todos los días.

Ya que hablamos del Javier, a pesar de no considerarme de ninguna religión, debo admitir que con el paso del tiempo la formación jesuita cada día pesa más en mi. Mi paso por dicho colegio me marcó en dos aspectos. El primero fue el servicio social javeriano, que hice junto a Chigón Todobu en lo que ahora es la comarca Ngobe-Buglé. Para mi fue un antes y un después, e incluso he continuado cultivando mi lenguaje ngobere a la fecha. No puedo mantener una conversación, pero al menos saludar y compartir algunas palabritas.

El segundo aspecto es el lema de los javerianos: "Ni mejores, ni peores. Diferentes." Es un lema que sin querer he adoptado en este laboratorio. No creer en escalas jerárquicas. No existen mejores o peores laboratorios. Todos somos diferentes y cada uno tiene sus fortalezas y debilidades. Quizás reconocer esto permite mantener una competencia respetuosa y saludable con los demás laboratorios. De todos modos, Chiriquí es un mercado relativamente pequeño y despreciar las capacidades ajenas no me permitiría confiar en ellos cuando sea yo paciente y no médico.

Esto nos lleva al tema de la competencia, porque según dice el dicho: “todo se vale en la guerra y el amor”. Sin embargo, la competencia no necesariamente es guerra y quisiera abogar en que es saludable para el sistema. Cuando no hay otras ofertas, solo una opción, entonces es un monopolio, fenómeno natural o artifical, que puede ser malo porque no hay motivación para probar las barreras de consumo. ¿Para qué abrir otras sucursales, bajar los precios o hacer la experiencia de consumo más fácil? No la hay realmente. Tener que competir es lo que nos obliga a tener que probar estas barreras al consumo.

El laboratorio ha sido un maestro tenaz que siempre prueba mi creatividad. ¿Cómo puedo lograr este o aquel otro objetivos? ¿Cómo puedo lograrlo con lo que tengo a mi disposición? Los vendedores de equipos e insumos médicos siempre tienen una solución hermosa y, por lo general, cara. Realmente no les importa con el margen de ganancia o los retos que uno tenga en determinada comunidad. “Este es la regla de oro en tal o cual país” (países donde la atención sanitaria cuesta diez veces más, por cierto). He ahí el reto: Ser competentes en nuestro campo, mantener algún estándar de calidad que se pueda llevar a cabo en largos periodos de tiempo, incrementar los márgenes de ganancia y lograr nuestras metas dentro de nuestras realidades.

Si eres un profesional joven, te recomiendo que inicies con ideales claros y dentro de ese grupo de principios, ir probando cuáles puedes ajustar. Uno no puede iniciar bajo la premisa que inventará diagnósticos para no gastar nada y que todo sea ganancia, por ejemplo. Tampoco que a veces las cosas saldrán bien y el resto del tiempo mal, porque nos da pereza. Peor aún, sabotear a los competidores para sacarlos del camino y así dominar el mundo. Hey… el mundo es grande y alcanza para todos, siempre que encontremos nuestro espacio y momento.

No hay mejor escuela que hacer las cosas uno mismo. Nadie te enseñará todos los secretos que tiene bajo la manga y los retos de este mundo cada vez más competitivo requieren crear nuevos aprendizajes que se ajusten a los nuevos tiempos. Hay secretos viejos que sencillamente no aplican ya. Uno aprende todo el tiempo de los competidores y los competidores aprenden los trucos de uno, por lo que no se puede permanecer estáticos durante mucho tiempo.

Antes de terminar quiero darle las gracias a todos mis maestros a lo largo de mi vida. Ahora que envejezco miro con mayor compasión a quienes tuvieron que lidiar conmigo cuando no estaba listo para aprender lo que querían enseñar. También quiero agradecer a quienes confiaron en mi como su maestro y espero haber dado la talla cuando me necesitaron. No sé si lo hice bien, pero al menos le puse todo mi empeño, impartiendo lo que consideraba vital para sus propias carreras e intereses.

Recuerde que si gustan de nuestro contenido, pueden buscarnos en redes sociales, visitar nuestro canal de YouTube, indagar más en nuestro blog o suscribirse al podcast en Spotify. Saludos a todos desde la provincia de Chiriquí. Quedo, como siempre, queriendo saber de ustedes, de sus experiencias y vivencias. ¡Hasta la próxima!